Sinodalidad en clave de mujer

Sinodalidad en clave de mujer

Desde el comienzo del papado de Francisco hay un concepto central que ha sido enfatizado con una singular potencia: la sinodalidad. Detrás de él hay un modelo de Iglesia como lugar de encuentro y de diálogo, donde todos los miembros del Pueblo de Dios puedan participar activamente en su vida y misión.

A lo largo de estos 12 años de papado, Francisco nos ha invitado incansablemente a una conversión sinodal, a caminar juntos promoviendo “la comunión, la participación y la misión”, desde un modelo eclesial donde la autoridad se comparte y se escucha a todos.

Retos sinodales

Uno de los retos ante los que se encuentra hoy nuestra Iglesia, en tanto que, llamada e involucrada en un camino sinodal, es el reclamo del ejercicio de una sinodalidad cada día más inclusiva, de forma particular en lo que toca a la presencia de la mujer. Porque no se trata meramente de “caminar juntos” sino de buscar juntos, orar, pensar, decidir… juntos.

La sinodalidad es intrínsecamente “inclusiva”, por esta razón durante su papado Francisco ha realizado importantes avances en el reconocimiento y la inclusión de la mujer en la Iglesia, tratando de aumentar su participación en roles de liderazgo y toma de decisiones.

El nombramiento de Simona Brambina como prefecta de un Dicasterio, o de Raffaella Petrini como gobernadora del Estado de la Ciudad del Vaticano, y el de Nathalie Becquart como secretaria del Sínodo y con derecho a voto… son ejemplos suficientemente elocuentes de esta decisión. En todos ellos se trata de “la primera mujer que…”, lo que nos está diciendo que no todo está hecho, que Francisco ha puesta “la primera piedra” en algunos lugares, en vistas a que sigamos su estela en la construcción de una Iglesia más inclusiva.

Iglesia en salida

Bergoglio soñaba una Iglesia de “puertas abiertas”. Puertas abiertas, para poder ser “iglesia en salida”, pero puertas abiertas también para dejar entrar, para convencernos –como tantas veces dijo– de que aquí cabemos todos, todos, todos… y por esta razón “todas”.

Acogida de los diversos, de los que están en las periferias, en los márgenes, de aquellos que no se ven, que no se escuchan, que son invisibles, que desestabilizan. Acogida, pero no de cualquier manera.

La inclusión supone una acogida que respeta la autonomía de lo incluido, que no lo diluye, ni le reserva un espacio “especial” dentro, sino que le permite “fecundar” la realidad donde es incluido, y por esa razón puede resultar, renovador, recreador, regenerador. Incluir es dejarse afectar, transformar, sin por ello desaparecer o perder las notas identitarias, pero dejando emerger lo “nuevo” a partir de la diversidad de lo incluido.

La inclusión diversa

La mujer no es idéntica al varón. Es diversa. Pero la diversidad no es buena simplemente porque complemente, se necesite funcionalmente o adorne. Es buena en sí misma porque enriquece, fecunda y recrea “si se la incluye”. Pero no es posible si lo que se pretende es meramente “integrarla” en los lugares previamente decididos por otros, asignándole roles y tareas que definen desde fuera su identidad; esperando que se adapte, pero que su presencia no cambie nada, deje todo en su sitio.

La inclusión de las mujeres es uno de los retos ante los que se encuentra hoy una Iglesia llamada e involucrada en un camino sinodal que reclama de ella un ejercicio mucho más exigente de “escucha, diálogo y discernimiento” con las mujeres que la conforman, y con las mujeres en general.

“Escucha y diálogo” con las mujeres en la diversidad de contextos y culturas, y “discernimiento” de su contribución en los ámbitos y procesos de toma de decisiones en la Iglesia, así como de una necesaria revisión de la cuestión de los ministerios. La participación corresponsable en la vida y misión de la Iglesia de las mujeres no es un “regalo” que se solicita, sino un derecho que brota de bautismo, de la radical igualdad de hombres y mujeres en Cristo (Gal 3,7) y de su participación, al igual que todos los fieles en la triple misión de Cristo.

Los pasos dados por Francisco, en este sentido, son importantes y significativos, pero acoger su herencia nos exige abrazar y llevar adelante estos desafíos si queremos seguir avanzando hacia el futuro como una verdadera Iglesia sinodal.

Texto: Nurya Martínez-Gayol, ACI. Miembro del Equipo de Teólogos de la CONFER.

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