La XXIX Jornada Mundial de la Vida Consagrada en el Año del Jubileo Ordinario, que sitúa a toda la Iglesia bajo el signo de la esperanza que no defrauda (cf. Rom 5,5) nos llama a convertirnos en «peregrinos y sembradores de esperanza».
El próximo 2 de febrero se actualizará, en el camino sinodal y del jubileo ordinario, el propósito de san Juan Pablo II cuando instituyó la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, de modo que la Iglesia valore cada vez más el testimonio de las personas consagradas y estas renueven cuanto debe inspirar su entrega al Señor.
Dos semillas que anuncian la esperanza
En un mensaje publicado por los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada se enuncia la pregunta: ¿Qué llevan hoy en el costal de la siembra las personas consagradas para esparcir simiente de esperanza mientras peregrinan hacia el reino de Dios que se anticipa en su camino? De entre muchas semillas, se destacan dos que anuncian la esperanza que está por llegar al tiempo que aligeran los pasos de los consagrados en su peregrinar cotidiano: la «misión profética» y las «relaciones nuevas».
Las simientes de misión profética que los consagrados van sembrando con su peregrinación albergan claros visos de una esperanza nueva. Las personas consagradas, fieles a su identidad profética, han de vivir despiertas, vigilantes, con actitud de centinelas que evitan todo adormilamiento y comodidad. El papa Francisco se dirige a los consagrados en los mismos términos en la carta apostólica con motivo del año de la Vida Consagrada. «Espero que «despertéis al mundo», porque la nota que caracteriza la vida consagrada es la profecía. Como dije a los superiores generales, «la radicalidad evangélica no es solo de los religiosos: se exige a todos. Pero los religiosos siguen al Señor de manera especial, de modo profético»».
Siempre ha de haber semillas de relaciones nuevas en el costal de los consagrados. Relaciones generadas y regeneradas en Jesucristo, que se convierten en testimonio discipular cuando las acogemos y promovemos, como señala el papa Francisco en Evangelii gaudium. Estas relaciones nuevas son buenas semillas de esperanza, que tratan de alumbrar un nuevo mundo relacional en el que cada encuentro humano se vive como una celebración gozosa.
La vida consagrada puede responder alegremente al desafío que describe el papa en la exhortación apostólica porque en su seno y con otros debe ser capaz de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarse, encontrarse, tomarse en brazos, apoyarse, participar unos de la vida de los otros, haciendo realidad una verdadera experiencia de fraternidad que se percibe en medio del pueblo como una caravana solidaria, una santa peregrinación, impulsada por el convencimiento de que salir de sí mismo para unirse a otros hace siempre bien.
Las personas consagradas no deben cansarse de sembrar relaciones nuevas, y menos aún de esparcir semillas de novedad en las relaciones que precisan del impulso que solo puede dar el amor de Cristo y la reconciliación con el Padre y con los hermanos. Es la congruencia de un modo de ser y obrar, personal, comunitario y sinodal, que conforma un proyecto de vida de «peregrinos y sembradores de esperanza» en medio de las noches de una humanidad sedienta de la justicia, paz y abundancia que Jesucristo ha venido a instaurar.