Nurya Martínez-Gayol: «Sin discernimiento no hay obediencia ni autoridad religiosa»

Nurya Martínez-Gayol, ACI, posa para SomosCONFER

Nurya Martínez-Gayol Fernández (Oviedo, 1962) fue la ponente de la 30ª Asamblea General de la CONFER, celebrada del 21 al 23 de mayo en Madrid bajo el lema ¿Quién manda aquí? Corresponsabilidad y obediencia. Precisamente, la religiosa de la Congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, como miembro del equipo de teólogos de la CONFER, compartió con los superiores mayores sus reflexiones en torno a la obediencia y la autoridad hoy en la Vida Consagrada. Para ahondar en esta reflexión, SomosCONFER conversó largo y tendido con la también profesora de la Universidad Pontificia Comillas.

Ha participado en la Asamblea General de la CONFER para hablar de ‘Obediencia y autoridad’. ¿Son dos conceptos que no siempre se han sabido interpretar?

Son dos conceptos complejos que se han leído a menudo en clave esencialista olvidando hasta qué punto están afectados por nuestra cultura y que se trata de dos realidades relacionales que no pueden analizarse ignorando que estamos ante un sistema. Se trata también de dos conceptos con un largo recorrido histórico en ámbitos muy diversos, profundamente dependientes de los contextos y las situaciones en las que se viven, así como de la psicología de los agentes implicados. Si además le añadimos el ingrediente “religioso”, tanto su praxis como su análisis se complican mucho más. En primer lugar, porque hay una cierta tendencia a proyectar nuestros conceptos humanos sobre la realidad de Dios, de tal manera que no solo construimos una imagen de Dios “a nuestra imagen y semejanza”, sino que le aplicamos nuestras concepciones del poder y de la autoridad y, en consecuencia, las de la obediencia debida a ese Dios. La posibilidad de manipulación está servida. Por otra parte, impedimos que sea Dios mismo el que se nos revele y se nos diga a través de Jesucristo, y nos desvele cuán diverso es su poder, ese con el que deberíamos configurarnos, ese que debería conformar nuestras relaciones de autoridad-obediencia.

Obediencia social, teologal y religiosa

Durante su conferencia ha querido distinguir entre tres conceptos: obediencia social, obediencia teologal y obediencia religiosa. Para quienes no pudieron escucharla, ¿de qué se trata?

Un primer paso en el tema que nos ocupa es tratar de aquilatar los conceptos. La obediencia es un término equívoco. Con la misma palabra nos referimos a realidades sumamente diversas, y esto no nos ayuda cuando lo que queremos repensar es la obediencia del cristiano y la obediencia del consagrado. No es la única distinción que se podría hacer, pero a mi modo de ver, este triplete de obediencias ayuda. En primer lugar, estaría la obediencia social o civil. Me refiero a aquella que se vive desde la infancia en la familia y funciona como “instrumento” pedagógico en el proceso de formación de conciencia de los hijos, que de alguna manera se prolonga en la escuela y más tarde en el trabajo, las empresas, las distintas instituciones civiles, las leyes… Todos estamos sometidos de alguna manera a esta obediencia, que nos va conformando como personas y deja en nosotros una serie de representaciones del poder que, internalizadas en la infancia, se reactivan cuando somos adultos, y que constituyen el sustrato de toda otra relación de obediencia. De ahí la importancia que la psicología y la psicología social ha dado a esta cuestión, mostrando el poder de las situaciones y los contextos en nuestros comportamientos, así como la necesidad de hacernos conscientes y liberarnos de las representaciones de la autoridad que pesan aún sobre nosotros y no nos permiten establecer unas relaciones autoridad– obediencias sanas.

En segundo lugar, estaría la obediencia teologal, entendida como la radical disponibilidad que se requiere del creyente respecto a la voluntad divina, en el seguimiento de Cristo. Exige búsqueda, discernimiento, honestidad, entrega. Esta obediencia es en conciencia y una libertad “liberada” es su condición de posibilidad. A pesar de que tiene en Dios su referente, siempre estará mediada por las situaciones personales, sociales, naturales, etc., dentro de las que habrá que responderla. Esto implica una comprensión de la voluntad de Dios, no como algo rígido, estático, inamovible, sino como el deseo para nosotros de un Dios que nos sueña plenos y realizados, que en su encuentro con nosotros nos regala y posibilita una identidad irrepetible y que está comprometido hasta el fondo con la humanidad. Un Dios que se hace vulnerable por nosotros, que condesciende y que cuenta con nuestra situación, nuestras circunstancias, incluso con nuestra fragilidad y pecado; que busca con nosotros, que se implica y complica en nuestras búsquedas, de tal modo que esa voluntad suya hacia cada uno, constantemente se recrea y se ajusta, es dinámica y no una imposición externa que nos llega de fuera sin contar con nosotros. Su voluntad no es un peso que nos aplasta o extingue nuestra humanidad, al contrario, la dilata y la realiza mucho más allá de lo que nunca hubiéramos podido pensar.

A partir de aquí, podemos hablar de la obediencia religiosa. Se trata de la obediencia teologal concretamente mediada por un carisma, una institución religiosa, y una normativa jurídica canónica, vinculada a un voto, vivida en el marco de unas constituciones o reglas, y dirigida habitualmente a la misión. Antes que una respuesta, se trata de un don, de una gracia que, como toda gracia, actúa en nuestra naturaleza, en ese sustrato antropológico del que hablábamos al mencionar la obediencia social. De ahí la pertinencia de distinguir, y, al mismo tiempo, de tomar conciencia de la mutua implicación entres estas distintas obediencias.

Una confusión en la obediencia o en el ejercicio de la autoridad, ¿es un caldo de cultivo para los abusos?

Sin duda. La disponibilidad radical que exige la obediencia teologal es exigible porque en Dios amor y libertad se identifican de tal manera que su libertad nunca puede ser una amenaza para el ser humano, sino siempre una posibilidad de realización y plenitud. Si esta disponibilidad es exigida por una libertad finita, que posee poder y autoridad, el abuso será siempre una posibilidad. No quiere decir que siempre se dé, pero nuestra condición vulnerable y pecadora hace que no sea extraño que se dé.

Pero lo que marca verdaderamente la diferencia es el modelo según el que se vive cada uno de estos tipos de obediencia. El paradigma vigente en cada sociedad marcará el estilo de relación obediencia-autoridad de esta. En una sociedad como la nuestra que se mueve bajo el paradigma del éxito, las relaciones se comprenderán en el esquema ganar-perder, donde el que tiene el poder es el que gana, a costa del que obedece. El modelo de referencia para la obediencia teologal, y, por lo tanto, para la religiosa es el del poder divino, cuya omnipotencia se revela en su capacidad de autolimitarse y hacerse vulnerable por amor, de perder para que nosotros podamos ganar. Cambia el paradigma. El poder elige perder, para elevar, dignificar y salvar. El poder limita su libertad para donar un espacio para ser libre a su criatura. El poder se hace obediente. De ahí que la autoridad religiosa solo será tal cuando sea obediente.

«La autoridad es un ejercicio de corresponsabilidad»

Las comunidades de VR deben ser espacios de crecimiento, sin embargo, a veces no lo están siendo. ¿En qué se está fallando?

La convocatoria de la Asamblea lo ha captado bien al subrayar como palabra clave la corresponsabilidad. Hemos heredado una comprensión de las relaciones autoridad–obediencia de la tradición peligrosa, pues ha ensalzado la obediencia a costa de la razón, del buen juicio, de los deseos más profundos –incluso si estos son puestos por Dios en nuestro corazón–, de la voluntad y hasta del sentido común… Esta renuncia a responsabilizarse de la propia vida no solo infantiliza y abre la puerta a posteriores abusos, tampoco permite que la gracia realice su trabajo en nuestra naturaleza elevándola, no sustituyéndola, y menos todavía socavándola. La autoridad en la VC es un ejercicio de corresponsabilidad. Pero la obediencia religiosa, también lo es. La VC no puede ser el ángulo muerto donde el soplo del Espíritu puede alcanzarnos sólo indirectamente, porque la obediencia nos quita la responsabilidad última de nosotros mismos ante Dios.

La práxis del discernimiento, clave

El papa Francisco ha puesto sobre la mesa durante su pontificado la necesidad de un verdadero discernimiento. ¿Ha perdido la vida religiosa esta praxis?

Este es otro de los grandes temas pendientes. Decir que hemos perdido la praxis del discernimiento tal vez sea demasiado. Lo que es cierto es que fue esencial en el inicio de la VC y ha ido perdiendo centralidad. El reto ahora es instaurar una verdadera cultura del discernimiento, que este se constituya en un modo de vivir y de estar en el mundo, atentos al Espíritu. La obediencia es antes de nada escucha, una escucha que despierta nuestra disponibilidad. Escucha al Espíritu, que es el vínculo que posibilita la comunión de voluntades; escucha al Dios que habla a través de las mediaciones, pero cuya presencia y Palabra es preciso discernir. Sin generar un hábito de discernimiento personal y ejercitarnos en la praxis del discernimiento comunitario no podremos avanzar en este tema de la relación obediencia-autoridad. La obediencia teologal siempre ha de ser discernida, y sin discernimiento no hay obediencia ni autoridad religiosa.

A la hora de hablar de obediencia y autoridad, no se puede obviar la formación. ¿Qué cambios pueden y deben darse ya mismo en este sentido?

Este es un campo esencial. Sin un cambio en la formación será difícil una renovación a fondo en este ámbito. Necesitamos hacernos preguntas sobre cómo formamos, qué valoramos n las candidatas, a quién damos reconocimiento y por qué; qué tipo de persona necesitamos en este momento en cada familia carismática. En un momento de pocas vocaciones un peligro es la búsqueda de perfiles bajos y sumisos, que se adapten fácilmente y sin hacer muchas preguntas (socialmente obedientes). Los perfiles “sumisos” son aparentemente más cómodos en la formación, pero posiblemente esconden personas inseguras, que precisarán mucho trabajo previo antes de poder convertirse en instrumentos del Reino.

En este momento es necesario formar en el espíritu crítico, en la responsabilidad para con el cuerpo, pero también en la personal. Menos sumisión y más capacidad de reacción, de desacato y de desobediencia. El paradigma definitivo es Cristo, cuyo alimento era hacer la voluntad del Padre, pero que muere por desacato al poder religioso y al civil. Jesús sabe desobedecer, sabe que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29), como lo sabían sus discípulos primeros. Formarnos en la vivencia de nuestra vulnerabilidad, en su conocimiento y aceptación, y, por ende, en la de los demás. Solo desde ahí podremos formar en la aceptación de la diferencia, en el respeto a la diversidad, en la huida de una uniformidad generalizadora que resulta profundamente injusta y empobrecedora. Caminamos hacia una VC más reducida en números, más plural en misiones. Hay un riesgo que no se nos va a permitir: el impedir que cada persona pueda dar de sí lo máximo para el Reino.

Pero para ello tenemos que formarnos en un respeto profundo a la diferencia y a la diversidad. Una de las finalidades de la obediencia religiosa tiene que ver con mantener la unidad del cuerpo. La cuestión es cómo pensamos esta unidad: según la filosofía griega (uniformidad esférica) o en términos más bíblicos (diversidad poliédrica). No deberíamos de olvidar que La VC está llamada a replicar el modelo de comunión de la vida trinitaria. Una comunión de amor, en la que la unidad se entreteje y alimenta gracias a la multiplicidad, a la diferencia; y en la que las identidades personales no quedan desdibujadas, sino que es justamente la peculiaridad de cada una puesta en juego la que posibilita esta comunión.

Texto: Rubén Cruz | Fotos: Jesús G. Feria

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