El presidente de la CONFER participó en la inauguración de la 43 Semana de Vida Religiosa

Madrid, 23 de abril de 2014 (IVICON).- El Presidente de CONFER, Luis Ángel de las Heras, cmf, participó en la sesión inaugural de la 43 Semana de Vida Religiosa que cada año organiza el Instituto Teológico de Vida Religiosa.

A continuación reproducimos íntegramente su saludo.  

INAUGURACIÓN DE LA 43ª SEMANA NACIONAL PARA INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA

SALUDO DEL PRESIDENTE DE CONFER

22 de abril de 2014

Queridos hermanos y hermanas:¡Buenas tardes! Nos reunimos en este tradicional encuentro pascual abriendo la mente y el corazón de la fe y la vocación al misterio de la Resurrección, misterio de esperanza.

Una vez más nos congratulamos de prestar y recibir un buen servicio a la Vida Consagrada en España, con la organización de esta semana. Por ello, en primer lugar, quiero dar las gracias al director del Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid, P. Bonifacio Fernández, al subdirector, P. José Cristo Rey García, al moderador de la semana, P. Luis Alberto Gonzalo Díez, a la comunidad claretiana de Buen Suceso, a todos los profesores y profesoras del Instituto, alumnos y alumnas, trabajadores y trabajadoras, ponentes y resto de colaboradores que hacen posible este acontecimiento eclesial e intercongregacional en estos tiempos que son, ciertamente, de esperanza, hacia el año dedicado a la Vida Consagrada.

Esta cuadragésimo tercera Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica nos invita a descubrir «El esplendor de la esperanza. La dimensión escatológica de la Vida Consagrada».

Pretende esta convocatoria poner de relieve la hondura escatológica que desde su origen ha confesado y practicado la Vida Consagrada. Algo que nos ha de ayudar en estos tiempos a integrar esperanza de vida en plenitud y precariedad. No son pequeñas ni vanas pretensiones.

Dice Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi: «Se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino» (SS 1).

Todo presente tiene sus fatigas. Las del nuestro las vivimos y aceptamos en la Vida Consagrada caminando hacia la gran meta del Reino de Cristo, con el don y el esfuerzo más que justificado de la esperanza.

Hace poco más de quince días, cuando nos reunimos con el Sr. Nuncio, D. Renzo Fratini, la Vicepresidenta, la Secretaria General y el Presidente de CONFER, nos preguntó cómo era la situación actual de la Vida Consagrada en España y espontáneamente le dijimos: esperanzada. ¿Acaso puede ser de otro modo? No negamos las dificultades ni las situaciones de precariedad. Pero tampoco podemos negar las entrañas de esperanza que sustentan la Vida Consagrada en cualquier tiempo y circunstancia. No somos mera empresa humana, sino, sobre todo, empeño de Dios.

En fidelidad al proyecto de Dios, tenemos una sólida historia de esperanza. Leemos en Evangelii Gaudium: «La verdadera esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, siempre genera historia» (EG 177).

Nuestra historia rompe inercias, e impulsa a la misión para que el Reino que estamos anticipando con este estilo de seguimiento de Jesús se haga cada vez más presente entre nosotros y en nuestro mundo. La tensión escatológica de nuestra Vida Consagrada está llamada a convertirse en permanente estado de misión. Si vivimos el esplendor de la esperanza, seremos capaces de infundir esperanza recorriendo un camino creíble hacia un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap 12,1).«Quien espera vigilante el cumplimiento de las promesas de Cristo es capaz de infundir también esperanza entre sus hermanos y hermanas» (VC 27), afirma Juan Pablo II en Vita Consecrata. Estamos llamados a vivir en vigilia de esperanza, sin que nos paralicen las limitaciones humanas (cf VC 27).

Como toda vida cristiana, la Vida Consagrada transita entre el dolor y la esperanza, iluminada por el Crucificado Resucitado. En cualquier dolor, la experiencia del Amor del Padre impulsa a vivir con esperanza. En los dolores de nuestra vida fraterna en comunidad, la fuerza transformadora del Amor del Cristo del seguimiento, nos posibilita construir presente y futuro esperanzados, con memoria agradecida por la naturaleza escatológica de la Vida Consagrada (cf VC 26).

Este itinerario constructivo entre el dolor y la esperanza, nos llevará a asumir, cada vez con más vocación de liminidad, periferia o frontera, el sufrimiento de nuestro mundo, olvidando en parte o totalmente el nuestro, para vivir y ser testigos de la esperanza dada a luz en el dolor.

«Los desafíos están para superarlos. —dice el Papa Francisco en Evangelii Gaudium— Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!» (EG 109). Antes ha escrito: «¡No nos dejemos robar la esperanza!» (EG 87).

Vivimos un estilo de vida hermoso, donde Dios nos ha convocado. Amamos la Vida Consagrada, a los hermanos y hermanas, con sus cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades (cf EG 183).

En esta vida, estamos llamados a una entrega esperanzada y audaz, dando razón de nuestra esperanza, en medio de nuestras comunidades y en medio del mundo. Pero no con aspereza, no como jueces o enemigos, sino construyendo fraternidad evangélica, con dulzura profética y respeto (cf EG 271).

El Cristo del seguimiento no nos quiere hombres y mujeres que miren despectivamente a los demás, sino peregrinos solidarios en el camino del pueblo de Dios. Nos quiere hombres y mujeres que experimenten el gozo de vivir a gusto —que no cómodos— con Él. Nos quiere discípulos misioneros, dispuestos a encender en el corazón del mundo el fuego del amor de Dios que hemos recibido abundantemente (cf EG 271).

Si creemos ciertamente que «La resurrección de Cristo provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo; y aunque se los corte, vuelven a surgir, […] ¡No nos quedemos al margen de esa marcha de la esperanza viva!» (EG 278).

Termino con unas palabras de Joseph Ratzinger en su libro Imágenes de esperanza cuando se refiere a la celebración pascual: «El canto del Aleluya, el canto solemne de la liturgia pascual, muestra que la voz humana no sabe solamente gritar, gemir, llorar, hablar, sino justamente cantar. El hecho de que, además, el hombre sea capaz de evocar las voces de la creación y transformarlas en armonía, ¿no nos permite presagiar, de modo maravilloso, de qué transformaciones somos capaces nosotros mismos y la creación? ¿No es éste un signo admirable de esperanza, en virtud de la cual podemos presagiar el futuro y, a un tiempo, acogerlo como posibilidad y presencia?».

Hermanos, hermanas, que el Señor Resucitado, que hace nuevas todas las cosas (cf Ap 21,5), encienda en nosotros la luz de la esperanza viva, fruto del fuego de su Amor que prende en nosotros para propagarse entre nuestros hermanos y hermanas, entre los hombres y mujeres de nuestro mundo, de nuestra Iglesia. Que seamos fieles renovadores de nuestra historia evangélica de sólida y solidaria esperanza cristiana de Vida Consagrada.

¡Buena semana para dar esplendor a la esperanza! ¡Muchas gracias!  

Luis Ángel de las Heras, cmf

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