La asociación intercongregacional formada por concepcionistas, teresianas y maristas lleva 20 años acompañando a niños, jóvenes y familias en el Prat de Llobregat
Hay una historia muy conocida que habla de un náufrago que, en medio del mar, no deja de pedir a Dios que le salve. Pasa un barco y, cuando van a rescatarle, él no se deja diciendo “Dios me salvará”. Esto se repite dos veces más, hasta que el náufrago, finalmente, se ahoga. Al llegar al cielo, muy enfadado, le pregunta a Dios “¿Por qué no me salvaste?”. A lo que Dios responde: “¡Te envié tres barcos!”. Esta fábula es solo una forma de ver cómo actúa Dios. Es, también, una forma muy concreta de preguntarnos si estamos subidos en algún barco para que Dios pueda servirse y salvar al náufrago.
Marcelo Montori es marista y tesorero de la Fundación San Prat, nacida en 2004 en el Prat de Llobregat (Barcelona) con el impulso de tres congregaciones religiosas –concepcionistas, teresianas y maristas– con la misión de transformar la sociedad a través del acompañamiento a niños, jóvenes y familias para que salgan de la situación de vulnerabilidad y pasen a formar parte de una ciudadanía activa. Precisamente esta asociación es uno de los siete proyectos intercongregacionales que la CONFER ha ayudado en 2023 a financiar. En concreto el pasado curso se concedieron más de 200.000 euros en ayudas a la vida religiosa y a este tipo de iniciativas de carácter social.
Para Montori, no hay nada peor que esos vaticinios del tipo “ese niño va a acabar como los padres”. “Cuando haces esos comentarios de profeta casi, de mal augurio, al final uno piensa… Si ya se veía venir, ¿qué hemos hecho para evitarlo?”, comenta, convencido de que “rezar para que le vaya bien está muy bien y es necesario, pero ¿qué hemos hecho para que le vaya bien?”. Ahí, dicen, resuenan con fuerza las opciones evangélicas en las que Jesús “anima a ir y hacer, no a encerrarse a rezar por los que son pobres, pecadores y enfermos. Ante eso no te queda más remedio que empezar a caminar desde lo que sabes hacer”.
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La historia de Anás
Anás es uno de esos casos en los que ese círculo se ha roto. De origen marroquí, llegó solo a España siendo apenas un adolescente. Pasó por centros y pisos de acogida, sin nadie en quien apoyarse. Pero lo intentó con todas sus fuerzas. “He estudiado probando un poco de todo”, asegura, “desde cocina hasta hostelería, electricidad, mantenimiento, jardinería…”. Sin embargo, no fue hasta que llegó a Saò Prat, con 21 años, cuando encontró “su sitio”. “Entré como aprendiz para hacer reformas y, después de dos años y medio, y habiendo aprendido el oficio, ahora soy oficial de mantenimiento en el proyecto”, explica, emocionado. “Sin el apoyo de la gente de Saò no habría podido”, recalca.
En 20 años de historia que tiene este proyecto intercongregacional son muchos los jóvenes que, como Anás, han encontrado una mano que sí ha hecho algo por ellos. Eulalia Freixas, misionera de la Inmaculada Concepción y presidenta de la fundación, apunta que el proyecto surgió porque, desde principios de los 90, “estábamos en el Prat de Llobregat tres congregaciones que íbamos haciendo diferentes acciones. De vez en cuando nos íbamos encontrando para celebrar algún aniversario, para comentar lo que hacíamos… y poco a poco fue apareciendo la inquietud de unir fuerzas. Entonces, nos pusimos manos a la obra y así surgió Saò Prat”.
«No se pueden imponer formas, sino buscar
el sustrato común, que es el del Evangelio»
“La confluencia nos ha hecho encontrar, en nuestros carismas, una profunda creencia en la dignidad incuestionable de las personas y en el poder ofrecer que puedan vivir en dignidad a partir del desarrollo de sus propias capacidades”, señala Catalina González, teresiana y secretaria de Saò Prat. “También”, añade, “desde una perspectiva de construcción comunitaria fuerte”. “Cuando te encuentras con compañeros de camino que comparten tanto esto, creo que no piensas cuál es tu carisma, sino que te centras en esas cosas que tenéis en común”, asevera. “Evidentemente, vas descubriendo las riquezas y las fortalezas de los compañeros de camino, sobre todo, porque te das cuenta de que tu sola no puedes”, asevera. “Algunas hermanas de concepcionistas trabajaban en el colegio público, estaban muy involucradas con la asociación de vecinos”, señala González. “Esa vinculación con el entorno nos hacía reconocer que, sobre todo los niños pequeños, cuando se hacían mayores, continuaban en una situación que en lugar de mejorar lo que hacía era empeorar”. Y, a partir de ahí, se empezó a dar respuesta a las necesidades de jóvenes, aunque Saò no es exclusivo de jóvenes.
Un mismo proyecto, distintos carismas
“La intervención educativa es uno de los denominadores comunes de nuestros carismas y de muchos otros dentro de la Iglesia”, apostilla Montori. “Esto lo sabemos hacer bien, así que, a partir de ahí, nos unimos para ver qué pasos damos para implementar esos criterios en una intervención social en este contexto en el que vive la población de San Cosme y barrios limítrofes: una población con muchos problemas estructurales y familiares, estigmatizantes desde el resto de la población”. Y es que el marista asegura que, para estos chicos, “decir que eran de San Cosme era cerrar las puertas al mercado laboral, por ejemplo, simplemente porque el distrito geográfico, el código postal, marca e importa”. “Nosotros quisimos romper estas barreras, así que empezamos no oficialmente en San Cosme, porque si lo hubiéramos hecho se le habría mirado oficialmente con otros ojos, sino en el barrio limítrofe, a 20 metros del barrio de San Cosme”, explica. Y así, dice, empezaron a provocar un movimiento de cruce de unos barrios a otros que antes no existía.
En cuanto a la gestión de un proyecto así desde los distintos carismas, Montori señala que “lo que no se puede hacer es colocar a los equipos técnicos que tiran para delante los proyectos en medio de una lucha o competencia de carismas”. Y es que, si no, “ahí es donde los que no son creyentes no saben qué está pasando, y, los que sí se mueven más en el ámbito del compromiso desde el Evangelio se dan cuenta de que algo está chirriando”. Entonces, para el religioso, “no se pueden imponer carismas ni formas, sino buscar el sustrato común, que es el del Evangelio, que es el que nos une a todos. Desde ahí nacen respuestas que sí que son coherentes con las propuestas de la Iglesia en los caminos sociales”. Y pone un ejemplo: “Las personas son dignas per se, no porque yo, desde mi carisma, les otorgue la patente. Ya lo son. Tengo que reconocerles esa dignidad y tengo que poner todos los medios para que se les garantice”. Cuando esto sucede, y se trabaja desde lo esencial del Evangelio, el marista asegura que “los equipos de intervención se sienten empoderados, se sienten fuertes, libres y pueden acabar surgiendo propuestas como esta de Saó, con la cual se llevan 20 años prestando un servicio muy reconocido en la sociedad y en el entorno”.