En medio del desconcierto, del cansancio vital y de la tentación de dejar de esperar, Rosa Ruiz invita a rastrear la esperanza en la Palabra de Dios como quien explora con lupa una senda entre la niebla. A partir de los discípulos de Emaús, la teóloga convierte su reflexión en una interpelación directa que incita a la acción. “¡Qué tardos para creer!”, les reprocha Jesús a sus seguidores, según narra Lucas (24,25). Estas palabras no esconden reproche, sino un halo de ánimo que les empuja amorosamente a mirar con otros ojos. También la Vida Consagrada necesita, en ocasiones, ese pequeño pellizco en el ánimo para comenzar a ver la realidad con otros ojos. Volver a ver a Jesús como fuente viva de nuestra esperanza.
Pero, ¿qué entendemos por esperanza? Sostiene Ruiz que no es optimismo vacío ni consuelo superficial. Esperanza en hebreo tiene la misma raíz que la palabra cuerda o cordón. “La esperanza es esa cuerda que nos ata a la vida. Pero en algún momento hay que cortar, incluso esa esperanza con Dios”, asegura. A diferencia del optimismo, que niega la duda y la desesperación, la esperanza nace en la oscuridad y camina con ella. Es, en palabras de la teóloga, un impulso que no depende de nuestras fuerzas, pero sí de nuestra disposición a crear las condiciones para que Dios obre “lo nuevo”.
Seis escenarios esperanzadores
Ruiz despliega seis escenarios para narrarnos desde la Palabra:
- De no querer vivir a dar vida, como Elías y Noemí.
- De situarse como víctimas a la alegría confiada, como fue el caso de Ana, la madre de Samuel.
- De la violencia a la reconciliación, como relata el Génesis con José y sus hermanos.
- De la dureza del corazón a la ternura, al modo de María Magdalena.
- Del poder a la libertad, como Moisés al liberar a su pueblo.
- De la perfección a la honestidad, como Pedro al llorar amargamente tras negar a Jesús tres veces.
Espejos para la Vida Consagrada
Estos relatos, más que ejemplos, son espejos en los que puede reflejarse la Vida Consagrada. Nos muestran que la esperanza no exige perfección, sino honestidad; no pide certezas, sino la valentía de sostener la fragilidad sin disimulo. Ruiz insiste: “No somos ángeles de luz”. No hace falta aparentar serenidad cuando se vive la desesperanza. “Podemos convertir nuestras heridas en claraboyas, para que entre la luz y el aire nuevo”, subrayó. La esperanza implica narrarse desde otra mirada, desde la fragilidad y la ternura que desarma. Implica también liberarse del poder que esclaviza y reconocer nuestras contradicciones sin caer en la desesperación.
A modo de conclusión, nos preguntamos: ¿Cómo estamos interpretando nuestra realidad? ¿Qué historia nos contamos? ¿Qué espacio le damos a la fragilidad como lugar donde Dios crea lo nuevo? “Jesús es nuestra esperanza”, recordó. Una esperanza que no niega el dolor ni lo disfraza, sino que lo habita con fidelidad.