Madrid, 5 de septiembre de 2016 (IVICON).- El pasado sábado, 3 de septiembre, fue asesinada en Haití la misionera de la congregación de Jesús-María Isabel Solà Matas, de 51 años. La Conferencia Española de Religiosas y Religiosos (CONFER) quiere agradecer a Dios el don de su vida, entregada a la misiericordia con los más pobres.
El Papa Francisco pidió por ella en el Ángelus del domingo tras la canonización de Santa Teresa de Calcuta: «En este momento quiero recordar a los que ofrecen su servicio a los hermanos en situaciones difíciles y peligrosas. Pienso especialmente en tantas religiosas que donan sus vidas sin escatimar esfuerzos. Recemos particularmente por la misionera española, sor Isabel».
Desde la congregación de Jesús-María se ha comunicado que Isabel Solà será enterrada el próximo jueves en Puerto Príncipe, donde siempre quiso estar, y ruegan que se rece «por Isa, por su familia, por nuestras hermanas en Haití, USA y España».
Mañana martes, 6 de septiembre, se celebrará una Eucaristía en su memoria en el colegio Jesús-María de San Gervasio, en Barcelona.
Isabel Solà, rjm, residía en Puerto Príncipe desde 2009, meses antes del terremoto que asoló la zona, tras pasar 18 años en Guinea Ecuatorial. Aunque llegó a Haití para impartir clases, después del seísmo fundó un centro para amputados. Además, contó su experiencia en un blog personal para dar a conocer al mundo el dolor de los haitianos más pobres.
Desde el centro del dolor, en julio de 2011 compartía su testimonio de entrega en una carta remitida a las Obras Pontificias Misionales que Anastasio Gil, director nacional de OMP España, cita en un comunicado:
«22 de Julio de 2011
Cuando volé hacia Haití hace tres años, recuerdo el desgarro que sentí por lo que deje en África, el vértigo del salto que me tocaba dar hacia lo desconocido y a la vez recuerdo también la libertad que me daba la decisión de dejarlo todo una vez más por ayudar a construir ese Reino que siempre creí que Dios tiene pensado para nosotros.
Lo que no me podía ni imaginar cuando volaba hacia Haití era todo lo que me esperaba en este pequeño y sufrido país. Y esas son las sorpresas y lecciones que Dios nos tiene preparadas.
Para empezar no me podía imaginar lo que era realmente la miseria de Puerto Príncipe, pero tampoco lo impotente que me iba a sentir en medio de ella. De tal modo, que al final, para poder vivir allí, tuve que comprender y aceptar que no estaba allí para salvar a nadie o para cambiar nada. Y ni por asomo me podía imaginar que un terremoto me iba hacer bajar la cabeza literal y espiritualmente hasta hacerme comprender profundamente que el único que salva es Jesús. No me podía imaginar que me iba a tocar sobrevivir una de las mayores catástrofes de la historia y que esto cambiaría radicalmente mi concepción de la vida, del sufrimiento, de la muerte y de la fe.
Después de vivir algo así, he experimentado cada día como un regalo de Dios y que no merecemos nada, todo es don, tanto lo que consideramos bueno como lo malo: que el sufrimiento no es algo malo que nos ocurre sino una lección que no hay que saltarse porque nos hace más humanos y menos ambiciosos. Tras el terremoto, la tentación del desaliento y de la queja a Dios era enorme. Estuve muy triste, desanimada, chocada y rebelde. Me reprochaba a mí misma haber salido con vida y como muchos, me preguntaba por qué Dios permitía algo así en un pueblo tan castigado a lo largo de la historia. Pero el pueblo haitiano nunca tuvo esa reacción: Rezar, aceptar, cantar y pedir fortaleza. Esa ha sido su reacción. En lugar de quejarse y rebelarse, han pedido coraje y fuerza para llevar el sufrimiento. Tanto sufrimiento ha hecho de ellos un pueblo tremendamente humano, humilde y valiente. Entre los escombros volvían a plantar sus sombrillas para seguir vendiendo y ganarse la vida. La vida continúa y Dios está con nosotros. Esa era su única certeza. Mientras yo me lamentaba, ellos seguían caminando. Los escuche cantar con lagrimas «Gracias, Señor!» y eso desmonto todos mis esquemas, aun sin acabarlo de entender. No sé por qué, pero aunque mi cabeza no lo entiende, mi corazón, sí.
Mi vida religiosa la siento, ahora más que nunca, como un regalo que no merezco, así como la vida que Dios me ha querido guardar, entiendo que mi misión en esta vida no es hacer y hacer, sino de ser y ser…porque por muchos proyectos, trabajos, planes que esté llevando adelante, al final lo más importante es lo que somos y no lo que hacemos. No creo que Dios me haya mantenido con vida solo para hacer algo… porque yo no puedo salvar nada ni a nadie pero puedo ser una hermana para mis hermanos. Y es lo único que ahora me importa.
Tengo la curiosa experiencia de que me falta todo y me sobra todo. Si entendéis eso, quizás es porque también, alguna vez, os paso un terremoto por encima que os aplastó, os derrumbó, os machacó, os hirió, os amputó … pero no acabó con lo más importante, que es las ganas de vivir, de creer y quizás de servir. No deseo el sufrimiento a nadie, por supuesto, pero como este es inevitable, lo que quisiera es que aprendiéramos las lecciones que este nos da de humanidad, humildad y simplicidad que es lo que verdaderamente necesitamos para ser felices.
Pensareis que como puedo seguir viviendo en Haití, entre tanta pobreza y miseria, entre terremotos, huracanes, inundaciones y cólera… Lo único que podría decir es que Haití es ahora el único lugar donde puedo estar y curar mi corazón. Haití es mi casa, mi familia, mi trabajo, mi sufrimiento y mi alegría, y mi lugar de encuentro con Dios.
Y si no… venid y lo veréis.
Aprovecho también para agradecer de corazón lo que desde España habéis hecho y recogido para ayudar a Haití, soy testigo de vuestra inmensa solidaridad y apoyo en los momentos más duros que hemos vivido. De corazón, y en nombre de todos los haitianos, gracias.
Isa Solà, RJM
Religiosa de Jesús–María
Puerto Príncipe,
HAITI«