El presidente de la CONFER, Jesús Días Sariego, OP y la vicepresidenta Lourdes Perramon, OSR han publicado el tradicional texto de felicitación de la Navidad para todo el pueblo de Dios.
Reproducimos a continuación el mensaje de felicitación.
Queridos hermanos y hermanas,
«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló». El profeta Isaías nos habló durante el Adviento de esta forma tan persuasiva para disponernos mejor a vivir el misterio de la Navidad. En esta ocasión el niño Dios, con su presencia, nos acompaña en la celebración del Año Jubilar que la Iglesia ha convocado para todo el 2025, bajo el lema «Peregrinos de esperanza». Las Ordenes y Congregaciones religiosas nos unimos a este peregrinar esperanzado aportando la riqueza y especificidad de nuestros carismas. En todos ellos se ofrece, desde el compromiso de una vida comunitaria fraterna y sororal, la voluntad de procurar paz y reconciliación. Un esfuerzo que debemos procurar no solamente entre nosotros y nosotras, sino también en los proyectos apostólicos que tenemos desplegados en los diferentes contextos sociales en los que estamos presentes.
Isaías nos habla de un pueblo que camina porque tiene vida, de un pueblo que es capaz de ver y percibir algo más grande, y ello a pesar de su propia limitación humana bajo la ceguera del cansancio, del envejecimiento y de la falta de claridad ante un futuro incierto. Su anuncio profético también se dirige a las instituciones que formamos parte de la CONFER. Nos recuerda que la Vida Religiosa, más allá de sus límites, sigue siendo un espacio de luz, de paz y reconciliación para el mundo. Esta es la esperanza que podemos aportar a la sociedad en general y a la Iglesia en particular. Si somos capaces de percibir que en la realidad brilla una Luz más grande que nosotros mismos, tenemos muchas razones para celebrar la Navidad. Se nos invita a agudizar nuestros sentidos y despertar nuestra fe para percibir los destellos de esa Luz que transforma toda realidad e ilumina también la vida de las personas consagradas, llamadas a seguir al Señor incluso en los momentos de dificultad.
La experiencia cristiana que hemos heredado, a través de los diversos carismas de vida religiosa, logró identificar la ‘Luz’ que nos nace en, como la gran parábola evangélica de la sabiduría, del bien y del amor. Tres experiencias de la vida ya presentes en nuestras Congregaciones y que en esta Navidad se nos evocan especialmente, al reforzar la esperanza que alimenta nuestra propia vocación.
La búsqueda y el discernimiento de una SABIDURÍA para nuestro tiempo. Esta búsqueda sigue siendo uno de nuestros desafíos principales, desvelando al mundo la sabiduría que contiene la Vida religiosa y está llamada a transparentarse a través de cada uno de los carismas. Debemos ser más conscientes de esta riqueza inestimable y aprender a leer, percibir y comprender, en contraste con la Palabra que se hace carne, los nuevos destellos del misterio de Dios encarnado en la vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, así como las nuevas formas y lenguajes para hacerlo accesible y entendible en el hoy. Si Dios se hace carne en la persona de su Hijo, su gracia acampa en la condición humana. La vocación al seguimiento del Señor que recibimos nos ha de habilitar para detectar, y a la vez ser portadores, de esta sabiduría para la vida. Busquemos en ella la luz que necesitamos.
Esta es la Navidad de la CONFER
El testimonio evangélico del BIEN que realizamos. La vocación que hemos profesado nos envía, como al Maestro, a procurar el bien. Los compromisos que hemos asumido en favor de los demás expresan ese bien que Dios suscita en lo que ofrecemos como donación en favor de los demás. Hoy seguimos teniendo la oportunidad de ser más auténticos, más audaces y mejores transmisores del bien, de la Luz. Este es nuestro empeño. Es nuestra vocación. La luz de Dios, en esta Navidad, nos sigue bendiciendo para el bien. Cuando lo ejercemos no solo nos sentimos más reconfortados, sino que además, aportamos la esperanza profunda de Dios a los más heridos de la vida.
El AMOR de Dios que siempre buscamos y anhelamos. La sabiduría para el bien nos ofrece la oportunidad de encontrarnos con el Amor incondicional de Dios, expresado en el nacimiento de su Hijo. Pero también nos refuerza a la hora de amar al mundo de forma aún más comprometida. No hay amor desencarnado. En la Navidad se nos recuerda de forma más intensa lo que sabiamente percibimos a través de nuestros sentidos. El Amor de Dios se expresa en la mirada atenta, cuando percibe el dolor y sufrimiento de los demás. Retumba en los oídos, cuando escuchan activamente las necesidades y urgencias humanas de los otros. Se vuelve especialmente cercano y amable cuando acaricia los problemas y dificultades con tacto. Se hace agradable cuando nos devuelve el oxígeno que necesitamos para respirar durante el camino. Nos vuelve personas empáticas y entrañables cuando lo que se ofrece lleva el gusto de lo que eleva y sana.
Esta es la Navidad de la CONFER. Celebramos la fuerza y vitalidad que tiene la presencia de Dios en la vida de tantas y tantas personas consagradas a Dios, porque aman profundamente todo lo humano. Las Congregaciones seguimos celebrando la Navidad porque la sabiduría, el bien y al amor de Dios está en ellas. Por eso son portadoras de luz para el camino de aquellas personas que luchan, en su vida cotidiana, por encontrar destellos de esa otra LUZ para transitar con sentido y esperanza su existencia.
En este sentido nos sumamos al Año Jubilar de la Iglesia y nos hacemos peregrinos de esperanza, iluminando lo más sombrío de la vida, portando una Luz más grande que nosotros mismos, reflejada en el rostro de nuestros dones y carismas. Ellos son también nuestra esperanza. ¡Feliz Navidad!