Este 1 de septiembre –y ya van siete años consecutivos– ha comenzado el Tiempo de la Creación 2024. Hasta el próximo 4 de octubre, festividad de San Francisco de Asís, oraremos por el cuidado de la Tierra como nos invita el papa Francisco en su último mensaje publicado este domingo.
Para esta edición de 2024 se ha elegido el lema «Esperanzar y actuar con la Creación», y el símbolo de las primicias de la esperanza, muy acorde a la idea del Jubileo 2025. El texto bíblico que acompaña e inspira la oración es de la carta a los Romanos 8: 19-25: «La Creación gime con dolores de parto».
Madre Tierra gime de dolor
Esta imagen bíblica representa a la Tierra como una Madre, gimiendo como si estuviera dando a luz. Los tiempos que vivimos muestran que no nos relacionamos con la Tierra como un don de nuestro Creador, sino como un recurso para utilizar. San Francisco de Asís lo comprendió cuando se refirió a la Tierra como nuestra hermana y nuestra madre en su Cántico de las criaturas. ¿Cómo puede la Madre Tierra cuidar de nosotros si nosotros no cuidamos de ella? La Creación gime a causa de nuestro egoísmo y de las acciones insostenibles que le causan daño.
Junto con nuestra Hermana, la Madre Tierra, criaturas de todo tipo, incluidos los seres humanos, claman por las consecuencias de nuestras acciones destructivas que provocan las crisis climáticas, la pérdida de biodiversidad y el sufrimiento humano, así como el sufrimiento de la Creación.
Y, sin embargo, existe la esperanza y la expectativa de un futuro mejor. Esperar en el contexto bíblico no significa quedarse quieto y callado, sino gemir, clamar y luchar activamente por una nueva vida en medio de las dificultades. Al igual que en el parto, pasamos por un período de intenso dolor, pero surge una nueva vida.
La creación espera con anhelo que se manifiesten los hijos de Dios (Romanos 8:19)
La Creación y todos nosotros estamos llamados a adorar al Creador, trabajando juntos por un futuro dinámico basado en la esperanza y la acción. Sólo cuando trabajamos juntos con la Creación pueden nacer las primicias de la esperanza. La teología paulina nos recuerda que tanto la Creación como la humanidad están concebidas desde el principio en Cristo y, por tanto, se confían mutuamente.
¡La Creación está de puntillas esperando la manifestación de los hijos de Dios! Los hijos de Dios son aquellos que extienden sus manos hacia el Creador, reconociéndose a sí mismos como criaturas humildes, para alabar y respetar a Dios, y al mismo tiempo amar, respetar, cuidar y aprender del don divino de la Creación. La Creación no ha sido dada a la humanidad para que la use y abuse de ella, sino que la humanidad ha sido creada para formar parte de la Creación. Más que un hogar común, la Creación es también una familia cósmica que nos llama a actuar con responsabilidad. Así es como los hijos de Dios tienen una vocación intrínseca y un papel importante que desempeñar en la manifestación del reino de la justicia (cf. Rm 8, 19).
Las primicias de la esperanza (Rom 8:23-25)
La esperanza es un instrumento que nos permite superar la ley natural de la decadencia. La esperanza nos la ha dado Dios como protección y resguardo contra la futilidad. Sólo a través de la esperanza podemos realizar el don de la libertad en plenitud. Libertad para actuar no sólo para lograr el disfrute y la prosperidad, sino para alcanzar la etapa en la que somos libres y responsables. La libertad y la responsabilidad nos permiten hacer del mundo un lugar mejor.
Actuamos por un futuro mejor porque sabemos que Cristo ha vencido la muerte causada por nuestros pecados. Hay mucho dolor en la Tierra a causa de nuestros defectos. Nuestros pecados estructurales y ecológicos infligen dolor a la Tierra y a todas las criaturas, incluso a nosotros mismos. Sabemos que hemos causado mucho daño a la Creación y al mundo en que vivimos por nuestra negligencia, por nuestra ignorancia, pero también, en muchos casos, por nuestro implacable deseo de satisfacer sueños egoístas e irrealizables (cf. Rm 8, 22).
Hay una frase comúnmente atribuida a San Agustín que dice: «La esperanza tiene dos hijas hermosas; sus nombres son Ira y Valentía. La ira ante el estado de las cosas y la valentía, para cambiarlas». Mientras somos testigos de los clamores y sufrimientos de la Tierra y de todas las criaturas, dejemos que la santa ira nos mueva hacia la valentía de ser esperanzados y actuar por la justicia. Creemos que la encarnación del Hijo de Dios nos ofrece una guía que nos permite afrontar el mundo turbulento. Dios está con nosotros en los esfuerzos por responder a los desafíos del mundo en que vivimos (cf. Rm 8, 23).
Existen diferentes formas de esperanza. Sin embargo, la esperanza no es mero optimismo. No es una ilusión utópica. No es esperar un milagro mágico. La esperanza es la confianza en que nuestra acción tiene sentido, aunque los resultados de esta acción no se vean inmediatamente (cf. Rm 8,24). La esperanza no actúa sola. Ya en su carta a los Romanos, el apóstol Pablo explica la estrecha relación de la esperanza como un proceso de crecimiento: ‘la resistencia produce el carácter, y el carácter produce la esperanza’ (Rm 5,4). La paciencia y la resistencia están estrechamente relacionadas con la esperanza. Son cualidades que conducen a la esperanza.
Urge frenar la crisis climática
Sabemos hasta qué punto es urgente actuar con valentía para frenar las crisis climática y ecológica, y también sabemos que la conversión ecológica es un proceso lento, ya que los seres humanos somos obstinados a la hora de cambiar nuestras ideas, nuestros corazones y nuestras formas de vida. A veces no sabemos cómo deberían ser nuestras acciones. A medida que avanzamos en la vida, cada día nos surgen nuevas ideas e inspiraciones para encontrar un mejor equilibrio entre la urgencia y los ritmos lentos de un cambio duradero. Puede que no comprendamos plenamente todo lo que está sucediendo, puede que no entendamos los caminos de Dios, pero estamos llamados a confiar y seguir con acciones concretas y sostenidas, siguiendo el ejemplo de Cristo, redentor de todo el Cosmos (cf. Rm 8,25).
En algunos idiomas, la traducción del pasaje paulino expresa que la esperanza no es una espera pasiva, sino una esperanza activa (cf. Rom 8:20-21). Podemos aprender mucho de otras culturas y países sobre cómo esperanzar y actuar con la Creación. El verbo portugués «esperançar», así como el español «esperanzar», expresan bien que la esperanza debe entenderse como un verbo activo para evitar caer en la trampa del positivismo superficial. En francés, también hay dos formas diferentes de hablar de esta noción: «espoir», que evoca la actitud de espera, y «espérance», que expresa la esperanza activa a la luz de Dios. El mismo matiz aparece en la lengua árabe, que distingue entre «amal (امل)» y «raja’ (رجاء)», lo que demuestra que hay mucho más que reflexionar sobre lo que queremos decir cuando hablamos de «esperanza».