«Oigo en mi corazón: ‘buscad mi rostro’. Tu rostro buscaré, Señor»
Sal 26,8
La voz del Presidente
Aún resuenan estas palabras del Salmo 26. Las hemos escuchado en el segundo domingo de cuaresma, domingo de la Transfiguración, antesala de la Pascua del Señor que ahora celebramos. Lucas a su vez, nos relata la experiencia de la transfiguración de Jesús con estas palabras: «Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor» (Lc 9, 29). Es el momento en el que la condición humana de Jesús se encuentra con Dios. Este encuentro, en el rostro transfigurado del Señor, nos ayuda a vivir la Pascua.
El ’rostro’, en la cultura hebrea, era lo más propio de una persona. Por esta razón, se nos invita a comprender el misterio que el ‘rostro’ encierra, tan próximo e impenetrable al mismo tiempo. La Pascua tiene que ver con el rostro transfigurado de Jesús y desde él con nuestro propio rostro. El rostro personal, único e irrepetible, adquiere en la experiencia pascual su mejor dignidad y expresión.
Vivir la Pascua
¿Cómo vivir la Pascua desde esta experiencia de fe cuando la humanidad, en sus diferentes rostros, está llamada a encontrarse con el Resucitado? Los consagrados hacemos el esfuerzo diario de buscar y hallar en el rostro de las personas a las que amamos y servimos la huella de Dios. En nuestra forma de vida y en los compromisos apostólicos que hemos asumido reforzamos esta vivencia esperanzada; una vocación que quiere transformar la realidad de las personas.
Para ello ofrecemos nuestra oración intensa, sentida y consciente; pero también contamos con el compromiso activo de tantos y tantos religiosos y religiosas que en su día a día se dejan la piel acompañando a rostros humanos concretos.
Vivamos la Pascua, por tanto, desde la búsqueda del rostro del Señor en tantos hombres y mujeres ajados por la vida; maltratados en su dignidad personal; perseguidos por sus creencias religiosas; no amados o queridos por nadie en su más radical soledad; castigados injustamente por las guerras, el hambre y la desnudez; despojados en su pobreza más extrema. En fin, tantos rostros humanos sufrientes y necesitados de transfiguración a los que la vida consagrada ama, acompaña y atiende.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Texto: Jesús Díaz Sariego, OP, presidente de la CONFER